El pasado 12 de junio, en Filadelfia, se llevó a cabo la 29 Convención Constitucional de la Federación Estadunidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO, por sus siglas en inglés), la mayor central obrera de Estados Unidos. Este democrático acto es el más importante que organiza la central sindical, pues cada cuatro años los delegados se reúnen para trazar el futuro del movimiento obrero. Además de debatir, votar resoluciones, asistir a capacitaciones y sesiones educativas, los representantes de los sindicatos eligen a los líderes que dirigirán la AFL-CIO los siguientes cuatro años.
La convención de este año fue histórica: los delegados eligieron democráticamente a Liz Shuler como la primera mujer presidenta de la federación, que aglutina 57 sindicatos y 12.5 millones de afiliados. A su vez, Fred Redmond fue elegido como secretario-tesorero y vicepresidente ejecutivo, por lo que es la primera persona afroestadunidense que desempeña ese puesto. Ambos reiteraron su compromiso para crear y consolidar un movimiento sindical audaz, incluyente y visionario que atienda las necesidades de toda la clase trabajadora, especialmente de las poblaciones jóvenes e históricamente marginadas, como las comunidades racializadas y las mujeres.
El nuevo liderazgo de la AFL-CIO promete trabajar hombro con hombro con los trabajadores para promover políticas prosindicales que aseguren el cumplimiento de los derechos laborales y sindicales.
La elección de Shuler y Redmond es un signo de la transformación del mundo laboral actual: en el futuro próximo, se estima que 50 por ciento de las personas afiliadas a sindicatos norteamericanos serán mujeres; la generación millennial representa 50 por ciento de todos los trabajadores de dicha región; se proyecta que en los próximos ocho a 10 años la comunidad de razas representará 50 por ciento de todos los trabajadores de Norteamérica.
En su discurso, Shuler recuerda que la mayoría de trabajadores de primera línea durante la pandemia de covid-19 fueron mujeres y personas de diferentes orígenes, quienes mientras sostenían países enteros, fueron sometidas a condiciones laborales riesgosas, que enfrentaron sin redes de apoyo apropiadas. La presidenta señaló que esa es la utilidad del sindicato: contar con representantes y herramientas para asegurar el bienestar que traen los derechos de la clase trabajadora, por ejemplo, la incapacidad pagada y la igualdad salarial.
En nuestros tiempos, los movimientos sindicales son más relevantes que nunca. Si bien en el pasado la aceptación pública de los sindicatos disminuyó, las nuevas generaciones están conscientes de su importancia: 68 por ciento del público norteamericano aprueba los sindicatos, incluido 77 por ciento del sector joven. En el pasado, la desunión entre sindicatos impidió extender sus alcances a toda la clase trabajadora; la propuesta de Shuler es construir consenso para formar un plan integrado que tome en cuenta a todos: tanto los objetivos generales de la central sindical, como los objetivos específicos de cada sindicato. Una de las metas es organizar a un millón de nuevos miembros en los próximos 10 años. Y con esta perspectiva se busca 8 o 9 por ciento de crecimiento en la próxima década.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, quien frecuentemente expresa sus lazos con el movimiento sindical, asistió a la convención y dirigió unas palabras, destacando el trabajo de Shuler y reconociendo que fueron los sindicatos quienes crearon la clase media estadunidense y siguen dignificando a la clase trabajadora.
Me llena de esperanza el crecimiento del movimiento sindicalista, porque la lucha es difícil. Una parte solemne y emotiva de la convención ha sido la entrega del premio Meany-Kirkland, que reconoce a las personas y entidades que luchan por los derechos humanos en materia de relaciones laborales. Este año lo ganó una compañera sindicalista mexicana, María Alejandra Morales: la primera mujer en dirigir el Sindicato Independiente Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Industria Automotriz (Sinttia). Me enorgullece enormemente que las y los mexicanos seamos referentes internacionales en un movimiento social tan valiente y relevante.
En 2011 tuve el honor de ganar el mismo galardón. Sin embargo, mis circunstancias eran adversas: llevaba cinco años en Canadá, exiliado junto con mi familia por la persecución política cobarde e infundada del gobierno mexicano y de algunos grandes empresarios negados a la búsqueda del bienestar compartido. No obstante, mi compromiso con el Sindicato Minero y las demás organizaciones democráticas siempre ha sido más grande que cualquier obstáculo, por lo que continué mi labor desde Vancouver. Fue Oralia, mi esposa, quien viajó en mi representación y escuchó a viva voz las emotivas palabras de mi hermano en la lucha Richard Trumka, quien fue presidente de la AFL-CIO hasta su lamentable deceso el año pasado.
El alma de cada nación se compone de sus trabajadores. Con su trabajo forman la fuerza y el corazón que impulsa a cada país al crecimiento y al desarrollo. Frente a esta realidad, aún quedan obstáculos a vencer, pero con la cooperación y la solidaridad internacional como prioridades, se fortalecerá el papel de las y los trabajadores y de las naciones que los reconocen. Por tanto, debemos impulsar un modelo económico que recompense y revalore verdaderamente el trabajo y no sólo acreciente la riqueza de unos cuantos. El movimiento laboral de millones de mujeres y hombres es un motor de esperanza en un futuro de progreso y trabajo digno, seguro y con mejores condiciones para construir una mejor calidad de vida y consolidar una prosperidad compartida para todas y todos.